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“Nos pasamos la vida cuidando órganos que podemos ver, pero ignoramos por completo el que más nos protege desde dentro”

  • Foto del escritor: Joaquín González del Pino
    Joaquín González del Pino
  • 7 jul
  • 3 Min. de lectura

Con esta reflexión comenzó su intervención la investigadora Sara Ramos Romero, profesora en la Universidad de Barcelona y especialista en microbiota y biología molecular, quien nos guió en un viaje fascinante por el universo invisible de los microorganismos que habitan en nuestro cuerpo.


Durante el último Viernes con la Ciencia, descubrimos cómo ese “órgano olvidado”, la microbiota, influye directamente en nuestra digestión, inmunidad, energía, estado de ánimo y salud mental.


"No se trata de un concepto abstracto: somos en parte lo que vive en nosotros. Y esas bacterias tienen memoria, equilibrio y consecuencias".

La primera huella microbiana


La ponente nos explicó que el primer contacto con nuestras bacterias no ocurre necesariamente al nacer, sino que podría comenzar incluso antes. Aunque la comunidad científica aún investiga si la microbiota empieza a formarse en el vientre materno, lo que ya se sabe con certeza es que el tipo de parto y la alimentación marcan de forma decisiva esa primera colonización microbiana.


"No es lo mismo nacer por vía vaginal, donde el bebé entra en contacto con bacterias vaginales y fecales, que hacerlo por cesárea, donde lo primero que se encuentra son bacterias de la piel", explicó. Del mismo modo, la lactancia natural implica exposición directa a bacterias del pecho y los conductos mamarios, mientras que la alimentación con biberón esterilizado reduce ese contacto.


Hasta los tres años de edad aproximadamente, nuestra microbiota se va consolidando, influida por el entorno, la higiene, la alimentación y el contacto con otras personas. A partir de entonces, si no hay grandes cambios de hábitos o enfermedades, esa comunidad bacteriana tiende a mantenerse estable.


Diversidad = salud

Uno de los conceptos clave de la charla fue la diversidad: no basta con tener muchas bacterias, sino muchas distintas y bien equilibradas. "Cuando una sola especie predomina demasiado, entramos en lo que llamamos disbiosis: un desequilibrio que puede derivar en enfermedad".


Y no solo en enfermedades digestivas como Crohn, celiaquía o colitis ulcerosa. La disbiosis se ha vinculado también con patologías pulmonares, cardiovasculares, neurodegenerativas como el Alzheimer o el Párkinson, e incluso con la depresión y la ansiedad.


Ejercicio, dieta, microbiota


Sara subrayó que podemos modular nuestra microbiota con hábitos sencillos: mantener una actividad física regular y seguir una dieta variada. "El ejercicio mejora el peristaltismo intestinal, favorece la proliferación de bacterias beneficiosas y reduce los patobiontes", explicó. Y no hace falta ser atleta: "con pasar de una vida sedentaria a una actividad moderada ya se observan mejoras en la microbiota".


En cuanto a la alimentación, destacó que la dieta mediterránea es una de las más beneficiosas. "Cuanto más variada sea la dieta, más biodiversidad y equilibrio tendrá nuestra microbiota. Las dietas muy restrictivas o ricas en ultraprocesados la empobrecen", advirtió.


“Lo que comemos, cómo nos relacionamos, los antibióticos que tomamos… todo influye en la diversidad y funcionalidad de nuestra microbiota. Y eso influye directamente en nuestra salud”.

También habló de los alimentos que nutren directamente a nuestras bacterias:


  • Probóticos (como el yogur, el kéfir o ciertos quesos artesanales), que aportan microorganismos vivos.

  • Prebióticos, como la fibra, que alimentan a las bacterias ya presentes.

  • Y polifenoles, compuestos vegetales con actividad antioxidante. "En La Mancha tenemos un gran aliado microbiano: la uva, rica en polifenoles, sobre todo si la tomamos en vino tinto, con moderación", añadió.


Tres ideas para recordar


Ramos cerró su charla con tres mensajes sencillos y poderosos:

  • La microbiota no es la causa de todo, pero es uno de los factores que puede ayudarnos a mantenernos sanos o enfermar más rápido si no la cuidamos.

  • La actividad física regular mejora la composición y diversidad microbiana.

  • Una dieta variada y rica en fibra, probóticos y polifenoles es el mejor aliado para cuidar este órgano invisible.


Y puso el punto y final con una potente reflexión: "La ciencia no se hace sola. Se hace en el laboratorio, pero también cuando alguien viene un viernes por la tarde y decide, al salir, aprender un poco más de sí mismo y del mundo que nos rodea".

 
 
 

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